La transición pacifica por antonomasia

El día en que se desplomó el muro de Berlín ganamos la guerra fría, los que nos identificamos con la democracia occidental. Nosotros no la habíamos declarado. En 1945, cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, no hubo el menor deseo de dominación de la URSS; tan sólo se dio un cierto histerismo, en determinados medios, respecto de un peligro soviético que no existía porque Stalin no tenía capacidad militar para concluir con la democracia occidental. Sin embargo, el dictador ruso necesitaba la guerra fría.

Le era preciso un enemigo que mantuviera en tensión al país al que dominaba. Su régimen exigía un aislamiento radical respecto de un exterior, mucho más prometedor que la URSS de su tiempo y de tiempos posteriores. Sabía que en 1945 no podía continuar con una expansión a la que le habían ayudado en 1939 los nazis, pero confiaba en que podría ir ganando posiciones en conflictos parciales y localizados, como el que provocó en Corea.

Nuestra táctica -la del mundo occidental- fue prudente y demostrativa de nuestra confianza en nosotros mismos a medio plazo. No fuimos agresivos: practicamos la alianza defensiva (una de cuyas muestras fue la OTAN) a base de la estrategia de la «contención»: no se trataba de derrotar al adversario, sino de evitar que mostrara intenciones agresivas. Sabíamos que con sólo defendernos ganaríamos porque la libertad siempre es el bien más ansiado por el ser humano y porque nuestro sistema de organización social es el que hace posible el desarrollo económico.

Ahora hemos vencido. Todas y cada una de las asunciones de las que partíamos se han demostrado ciertas. Incluso si se produjera una radical marcha atrásen el proceso de reforma del Este, nuestra victoria sería patente. Pero quizá merezca la pena recordar, para esa eventualidad, a quienes ha desmentido en estas últimas semanas la Historia y la propia evidencia racional. No han vencido aquellos a quienes pensaban que el comunismo sino daba libertad proporcionaba al menos un cierto desarrollo. Ahora tenemos la evidencia de que no es así. Puede, sin duda, ser imaginado un sistema social y político peor, pero no tenemos nada que aprender de los países del Este. No han ganado esos pacifistas de desarme unilateral y antimilitarismo a ultranza.

Si el mundo comunista ha entrado en crisis ha sido porque lo hemos contenido y, al hacerlo, le hemos hecho demostrar su inviabilidad en tiempo de paz. Ha tenido mucha más razón Fernando Claudin proponiendo la entrada en la OTAN que Fernando Savater con su antimilitarismo. Hemos vencido los que nunca creímos en la aproximación sustancial entre el mundo comunista y el occidental. Hubo un momento en que valiosos pensadores de la talla de Aron o Duverger imaginaron la posibilidad de una convergencia. El eurocomunismo, de forma confusa, también pretendía hacer posible la libertad de Occidente y la propiedad colectiva (en realidad, la de una casta burocrática). Pero ahora es evidente que ha habido conversión y no convergencia. Hemos ganado porque el mundo va hacia la libertad política y el mercado, que es donde nosotros ya estábamos.

Nosotros no hemos puesto nunca en duda que era posible, aunque difícil, la transición pacífica desde el comunismo hacia otra fórmula política. La transición parece haberse iniciado y sus dificultades son muy patentes. Hemo ganado también porque siempre pensamos, como ha escrito recientemente Revel, que el comunismo no era reformable. El muro de Berlín o el comunismo en Hungría, Alemania o Polonia, no están cambiando, sino desplomándose. Si sobreviven será por la fuerza de las armas y la dictadura. Hemos vencido, pero la victoria no es sólo para nosotros. Tenemos que llevarla a sus últimas consecuencias con nuestra ayuda económica a esos pueblos que ahora empiezan a salir del más negro túnel de la Historia del siglo XX.

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