El Mossad lo sirve en plato frío
Murió del modo en que cualquier agente secreto que se respete escogería morir. Frente a un lujoso hotel parisino, el Meridiene Montparnasse, donde se registró bajo un nombre falso, y cuando regresaba del prostíbulo de lujo o del cabaret donde pasó unas gratas horas -las últimas- en compañía de tres amigos palestinos. Atef Bseiso, alias «Samir Garib», jefe del dispositivo de seguridad europeo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), murió en su propia ley. No a manos de un matarife cualquiera, sino ejecutado por alguien del oficio, otro aristócrata del submundo del espionaje que a las 01.15 del pasado lunes descargó sobre su cuerpo siete tiros a bocajarro. En el transcurso de los años 80 y en lo que va de los 90, los agentes del servicio secreto de Israel, el Mosad, han ido estrechando, cada vez más, el cerco en torno a Yasir Arafat, el líder de la OLP. Siete de sus ayudantes, entre los que destacan sus lugartenientes Abu Iyad y Abu Yihad, han sido eliminados en Europa y Oriente Medio. Durante la invasión al Líbano en 1982, cuando las tropas israelíes sitiaban la ciudad de Beirut, no faltaron ocasiones para que la artillería o un francotirador diera cuenta de Yasir Arafat. Incluso la posibilidad de deshacerse del «enemigo número uno» de Israel se planteó en más de una ocasión en los debates conjuntos que diariamente sostenían el Gabinete, el Ejército y el Mosad. A juzgar por el hecho de que Arafat sigue vivo, la decisión del alto mando fue la de reducir el espacio de maniobra del líder palestino mediante al acoso constante a sus lugartenientes. El asesinato de los delfines de Arafat lleva inscrito un macabro mensaje: «Cuidado, cualquier día puede ocurrirte a tí».
La autopsia confirmó que el asesinato de Bseiso fue obra de profesionales. Dos proyectiles, disparados con un arma de 9 milímetros checoslovaca o rusa, alcanzaron al palestino en el lóbulo frontal, tres en la sien y dos en el tórax. La versión oficial de la OLP afirma que su agente viajó a París para coordinar el dispositivo de seguridad que debería resguardar la visita que Arafat proyectaba hacer a Francia. Otra versión palestina, la del Frente Popular, expresa lo contrario: que el mismo Arafat recomendó a Bseiso que no viajara a París. La misma fuente añade que además de esta advertencia, Bseiso fue prevenido por agentes de Europa del Este y de Egipto de que no se aproximara al Viejo Continente puesto que allí le aguardaba una emboscada. ¿Qué motivo llevó a Atef a desoir estos consejos? Cada vez que un alto oficial de la OLP muere en la franja de Gaza o en Cisjordania el índice palestino apunta indefectiblemente hacia las unidades Dubdebán, Sansón o Gideón, comandos de élite que el Ejército judío utiliza para combatir a los jerarcas de la Intifada. Cuando el asesinato ocurre en Europa, el comunicado de rigor achaca el crimen a la «hidra de mil cabezas» del servicio secreto Mosad. O si mejor le conviene, al «sanguinario» Abu Nidal, el comandante palestino del Fatah-Comando Revolucionario.
Tanto unos como otros tenían razones sobradas para incluir a Bseiso en sus listas negras. Pese a su expresión ovejuna, Bseiso no era precisamente un angelical querubín. Nacido en 1948 (o en 1950) en el seno de una acaudalada familia de Gaza, Atef figura entre los palestinos que el 12 de febrero de 1971 se dieron cita en Beirut para fundar una pesadilla: la organización «Septiembre Negro». El más mortífero tentáculo que haya tenido la OLP, cuyo nombre conmemora el mes de 1970 en que el rey Husein de Jordania masacró a los cuadros de la OLP estacionados en Amán, fue creado con la intención de liquidar al mayor número posible de israelíes y «traidores árabes». Bseiso se ofreció para realizar cualquier trabajo sucio que se le encomendara, de los que no faltaban en la agenda de «Septiembre Negro». Advertidos de las dotes del joven gazati, los fundadores del movimiento, Salah Kalaf, alias Abu Iyad, y Ali Hasan Sálame, alias «el Príncipe Rojo», le hicieron partícipe de una misión cuyo nombre en clave era «Ocaso Azul». El plan consistía en asaltar los dormitorios del estadio olímpico de Munich y tomar como rehenes a los deportistas israelíes allí alojados. El operativo superó todas las expectativas. Once de los 13 atletas, judíos murieron el 5 de septiembre de 1972 en la capital de Baviera. En su libro Camino de Decepción, el ex agente israelí Víctor Ostrovsky asegura que los cuarteles del Mosad se hallan sobre una colina situada a unos 10 kilómetros al norte de Tel Aviv. Allí, mientras la bandera de Israel flameaba a media asta, la flor y nata del espionaje judío planificó la venganza que sus compatriotas exigían a gritos en las calles.
Haciéndose eco de una declaración anónima de uno de los superagentes, la prensa hebrea tituló: «Dios perdona, Israel jamás». Con esta consigna en mente, un comando de élite del Ejército israelí, adscrito al Mosad, partió la noche del 8 de abril de. 1973 en dirección a un opulento barrio de Beirut donde los autores de la masacre de Munich tenían sus cuarteles. Una densa neblina cubría los muelles. Hacía frío y las playas estaban desiertas. Un Mercedes azul acero aguardaba a tres o cuatro combatientes de Sayeret Matkal -una unidad especial del Ejército hebreo asignada eventualmente al Mosad- que vestidos de paisano desembarcaron aquella brumosa noche en la playa beirutí de Junia. El coche se dirigió al número 5 de la calle Verdún. Allí aparcó y apagó las luces. Eran aproximadamente las dos de la madrugada cuando de la oscuridad surgieron, ebrios como una cuba, los palestinos Kamel Aduan Kamel Naser y Yusuf A Najer. Dos de los ocupantes del Mercedes se aproximaron a pedirles una cerilla. Lo último que alcanzaron a ver los pistoleros de «Septiembre Negro fue a una despampanante rubia apuntándoles con el cañón de una pistola. Los cadáveres de tres de lo autores de la masacre de Munich fueron hallados a la mañana siguiente con balazos en el cráneo y tórax. ¿Qué nos recuerda esta escena?Probablemente la fachada del hotel Meridiene pasada la medianoche del domingo. Dicho sea de paso, la rubia de Beirut no era «otra» que el actual comandante en jefe del Ejército israelí, Ehud Barak, uno d los más destacados combatientes que ha tenido Sayeret Matkal. De este modo se puso en marcha el mecanismo con el que el Mosad se tomó venganza en nombre de los atletas de Munich. En octubre, cuatro meses después del atentado de Beirut, los agentes israelíes liquidaban en una callejuela
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