Roma tiembla ante la caída del coliseo
A la Torre de Pisa hay que ceñirla con infames cinturones metálicos para que no pierda del todo su maravilloso equilibrio pendiente. Las murallas de Urbino, jardín del Renacimiento, corren serio peligro de derrumbamiento y pueden arrastrar en su caída el recuerdo del esplendente Palacio Ducal, corte de los Montefeltro, donde Baltasar de Castiglione dictaba sus lecciones del buen «Cortesano» y donde Rafael niño aprendió el arte de mezclar los colores. Los arquitectos del Papa Wojtyla hacen brechas en las murallas del Vaticano parar vaciar los escombros de sus desmanes y prometen elevar un rascacielos que oscurecería la vista de la Cúpula de Miguel Angel. Y ahora el fin, o el principio del fin: el antiguo Anfiteatro Flavio, que la cultura transmitida de generación en generación nos lo ha hecho conocer con el nombre de «Coliseo», está cediendo. El grito de alarma lo ha dado el sobreintendente de los bienes arqueológicos de Roma, Adriano Le Regina, que ha dicho que el Coliseo «es un monumento que está en condiciones indecentes, olvidado y abandonado» y que se necesitan muchos miles de millones de liras para hacer obras de conservación y evitar la caída diaria de trozos de su estructura.
Sobre el origen del nombre del Coliseo, con que se conoce el que fuera en tiempos del Imperio Anfiteatro Flavio, se han tejido leyendas. Hay quien asegura que procede de la gigantesca estatua «coloso», que Nerón se hizo construir delante de una de sus entradas. Otros dicen que la estatua era de Heliogábalo representado con la semblanza del dios Sol. La teoría más creíble es la que hace relación al lugar de su edificación: una pequeña colina donde surgía un templo dedicado a la divinidad egipcia Isis, de ahí el «coleisis». Lo cierto es que el Anfiteatro Flavio o Coliseo fue uno de los lugares preferidos por el pueblo de Roma para celebrar sus fiestas. La primera vez que aparece escrito el nombre de «Coliseus» es en las profecías del venerable Beda, en el siglo VIII; «Quandiu stat Colysaeus stat Roma; quando cadet Colysaeus cadet Roma et mundus» («Mientras está en pie el Coliseo está en pie Roma; cuando caiga el Coliseo caerá Roma y el mundo»). A pesar de la profecía, el Coliseo corrió grave peligro cuando el Papa Sixto V quiso hacer una comunicación directa entre el Vaticano y San Juan de Letrán y para eso tenía proyectado abrirse camino a través del Coliseo partiéndolo en dos. En 1832 el cardenal Brunetti, entonces secretario de Estado, redactó una ordenanza para transformar el Coliseo en cementerio, aunque nunca se cumplió. Y otro Papa, Clemente X, hizo cerrar los arcos inferiores, -refugio de bandidos y de mujeres de dudosa fama-, y ese fue el origen de que se convirtiera en estercolero, infamante utilización que duró hasta 1811. Con los mármoles arrancados de las fachadas del Coliseo los arquitectos del Papa Rey ayudaron a construir el Palacio Venecia, sede de la embajada de la Serenísima República, la Cancillería, el Puerto Ripetta, sobre las orillas del Tíber, las infraestructuras del Puente Xisto y parte de la Basílica de San Pedro. Tres terremotos, sufridos a lo largo de los siglos, le han reducido a su actual consistencia, no más de dos tercios de su estructura originaria, debida, según la tradición a un tal Gaudencio, arquitecto romano.
Habitado por ángeles o por demonios, por mártires o convertido en lupanar, estercolero o proyecto de cementerio, lo cierto es que después de haber resistido a terremotos, a invasiones de bárbaros y papas demoledores, el Coliseo está a punto de rendirse ante la desidia de la burocracia, ane la persistencia de la contaminación y el efecto vibrador del tráfico que ensordece día y noche su perímetro con miles de autocares que descargan anualmente millones de turistas que por un momento creen ser Charlton Heston en sueño de gladiadores. Ahora, la Banca di Roma se ha ofrecido a financiar la restauración. Mañana firmará un acuerdo por el que se compromete a destinar 3.700 millones de pesetas en cuatro años. Mientras tanto, el ayuntamiento de la capital romana prepara una nueva ordenación del tráfico en la zona y ha encargado un estudio sobre los efectos de las vibraciones del Metro. El Coliseo es uno de los 1.114 monumentos y obras de arte italianos necesitados de urgente restauración. El proyecto de remodelación costaría 170.000 millones de pesetas.
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