Ensayando el nuevo bótox con cadáveres
Los dos pacientes descansan sobre una única camilla. Inmóviles. Sin ropa. Sin vida. Una veintena de médicos les rodean. Observan sus rostros. Los mismos que han laminado hace unos minutos. Como si fuera un libro. Para descubrir las pieles que atraviesan con sus cánulas al inyectar ácido hialurónico. Es decir, el nuevo bótox.
El doctor César Casado, de la Universidad Autónoma de Madrid, dirige este primer curso de disección facial y anatomía aplicada en España. Estamos en los bajos de la Facultad de Medicina. Se respira buen ambiente. Hasta que presentan los cadáveres. El olor a formol invade las vías respiratorias. Pica la nuez... Comienzan las prácticas.
Le avalan 26 años de experiencia. Su eslogan más representativo: «Rejuvenezco a personas… Incluso muertas». Y no es un decir. La doctora Vila Joya guarda en un armario el elixir que podría reanimar rostros incluso cadavéricos. La pócima está conservada a temperatura ambiente. En dosis de 0,8 miligramos. Una vez ha comprobado la técnica durante un año y medio en personas fallecidas, les toca el turno a los vivos que se mueren por estar más jóvenes.
Nos cita en su clínica madrileña de Lagasca. En el corazón de Madrid. No han pasado tres minutos cuando la doctora irrumpe en la sala de espera con la mascarilla colgando de una oreja. En el saludo incorpora un informe: «¡Ya he terminado!». Y se gira dando paso a su última creación.
Por esa misma puerta, entra un apuesto caballero de envoltura alemana. Camina recto, retocando su rubia cabellera. No acaba la tarea, cuando Ana se abalanza sobre él. Quiere exhibir su obra. Agarra el rostro del ejecutivo con la mano izquierda, lo menea un par de veces con frases a medio terminar («mira qué bien… fíjate que nada…») hasta que decide reposar sus palabras. En calma, utiliza el meñique derecho para señalar dos micras de sangre que apenas se dejan ver: «¿Ves el punto por donde he metido la cánula?, imperceptible al ojo, ¿verdad?», consulta orgullosa de su destreza.
El paciente agradece ser objeto de estudio, pero notifica que ha salido «sólo un momento de la oficina y debo regresar. Tengo ahora mismo una reunión. Espero que no noten nada…», reflexiona a viva voz, esperando una réplica que evidentemente estalla en la autora: «Claro que no, ¡tranquilo!» Le inyecta una última dosis de confianza.
Ana Vila tiene un pulso de escándalo en quirófano y unos nervios que no la dejan reposar. Ha dado muchos botes por el mundo. Bulgaria, Francia, California, Hungría, Cracovia. Casi siempre como conferenciante del nuevo sistema de inyección antiarrugas con cánulas blandas y extrafinas en cadáveres. A esas formas, añade el avance del producto. «Al principio, hace unos años, el ácido hialurónico se obtenía principalmente de la cresta del gallo. Aquello provocaba unas reacciones y unas alergias de la leche», confiesa ante un efímero «y yo también lo utilicé».
Ricardo Ruiz, jefe de Dermatología de la Clínica Ruber de Madrid, donde se practica esta técnica, asegura que «en los próximos años vamos a oír hablar mucho de la bioplastia facial». Es más: «Actualmente ya podemos tratar todo un lado de la cara con un sólo pinchazo sin producir hematomas y con un gran nivel de seguridad», añade el doctor.
El ingrediente que reposa en la consulta de Ana Vila es «totalmente natural, seguro y reabsorbible por el cuerpo humano». Aunque, «por si acaso», entregan una etiqueta a cada paciente con el código del lote del producto inyectado y fecha de fabricación. «En caso de generar algún problema, se retiraría de inmediato», afirma.
El 80% de la clientela de esta cirujana pasa por taquilla para inyectarse este producto que «devuelve el volumen natural al rostro». A 600 euros la sesión (y hay que repetirla cada cierto tiempo). «Tengo clientas de Qatar, Turquía e incluso de Los Ángeles», se infla a decir. Al poco, entra en la consulta una modelo internacional «recién llegada de Londres». Al saber que estamos recopilando información, apunta con unos labios enormes: «No digáis mi nombre, pero yo vengo siempre aquí. Y mira que hay sitios en Inglaterra. Ahora, como en esta clínica, en ningún lado del mundo». Desabrocha una amplísima sonrisa de eslogan promocional.
El trajín de esta consulta no deja lugar al descanso. Ahora suena el teléfono. Ana contesta y cambia de idioma. Habla en portugués. Escribe algo en la agenda, cuelga el auricular y pregunta a la joven modelo. «¿Sabes quién era? La que te dije que su marido caza con el Rey». Algunos rostros nacionales que ya han probado esta técnica rejuvenecedora, y lo pregonan a los cuatro vientos, son Carmen Lomana y Cristina Tárrega. En 20 minutos, pasan por consulta y reincorporan a sus cuerpos esos rostros de niñas.
«El ácido hialurónico es un gel de consistencia suave. Pero en cadáveres se practica sobre todo la cánula extrafina con la que se inyecta. Lo hacemos bajo el músculo y así el producto dura hasta cuatro meses más que el bótox de toda la vida», analiza Ana Vila Joya.
Las zonas a intervenir en el rostro son una legión. Líneas de frente, cejas, entrecejo, pómulos, arrugas de expresión, comisura bucal, labios, acordeón sobre boca, barbilla… «En una sesión, alucinas cómo te dejo la cara», anuncia la doctora. Y es que viendo algunos resultados de la nueva técnica, es para quedarse muerto. Es lo que tiene la belleza.
De la cresta del gallo se sacaba hace una década el ácido hialurónico (ah). Sirve para dar volumen al rostro. En la actualidad, se produce mediante ingeniería genética. Hasta con cinco densidades diferentes, para utilizarlas según la zona (frente, labios, nariz...). A difencias del bótox, no paraliza los músculos y se encuentra en cartílagos, piel y articulaciones. En un hombre de 70 kg hay unos 15 gr de ah. Al día, se pierde un tercio. Este ácido está desplazando cada vez más al lifting como tratamiento rejuvenecedor.
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