Los confines del mundo

EL «techo de Europa» vive una fiesta que se prolonga hasta las primeras nevadas de septiembre. A ella se incorporan los foráneos, atraídos por el poderoso imán de Cabo Norte y el increíble Sol de Medianoche. En los fiordos, el mar juega entre las montañas dejando un paisaje espectacular, con cataratas que se de cuelgan cientos de metros, campos de flores que contrastan con los glaciares y casas de madera asomadas al abismo o agrupadas en pequeñas aldeas de pescadores. Por ellos se adentran los paquebotes de cruceros que van a cabo Norte y las carreteras que comunican las ciudades laponas. Decenas de veleros avanzan capitatánedos por gente de pasado vikingo, es decir, aficionados a la navegación. Sin cartel de cerrado Navik nunca pone el cartel de cerrado. En sus muelles atracan los barcos para cargar el hierro procedente de Kiruna, la cercana capital minera de la Laponia sueca. Y todo gracias a la corriente cálida del Golfo de México que impide que el mar se hiele en invierno.



Un extraño ambiente cosmopolita deambula por las calles de esta ciudad de los confines de Europa. Los marineros que llevan meses sin tocar tierra pisan balanceantes el suelo, mezclándose con los turistas y con los habitantes de remotas aldeas del reino de la desolación y el silecio. Por si queda algún despistado, un kilométrico indica: a Roma 4.168 kilómetros y a París, 3.257 kilómetros. Pese a la lejanía el viaje a Finmark, a las tierras más septentrionales del viejo continente, acaba de comenzar. Tromsó, la gran ciudad lapona del litoral noruego, es conocida como «la ciudad de la juerga». Naturalmente en verano, cuando del 17 de mayo al 24 de julio la noche no existe. La juerga llega al máximo con las discotecas repletas de gente y los grupos de marineros en las calles, entre los que no faltan las voces de los españoles. Hay que apurar la luz, porque en septiembre empezará a nevar y los días se harán extremadamente cortos e irán a menos, hasta que del 25 de noviembre al 17 de enero, sus habitantes se sumergen en la total oscuridad de la noche polar. Las montañas y el gigantesco glaciar rodean las casas de madera unifamiliares. Un ultramoderno puente cruza la lengua de agua que divide en dos a Tromsó.

El ambiente fronterizo se extiende sin contemplaciones. Es la última gran ciudad de la ruta del Norte. Su universidad se enorgullece de ser la cuarta del país y las torres de la catedral católica se elevan como corresponde a la única del Mar Artico. Los barcos se preparan para las grandes travesías y los coches también. Las carreteras que suben hasta Finmark se encontrarán sólo con pequeñas poblaciones cuyos habitantes tienen el aspecto de los colonos. Colonos con todos los adelantos tecnológicos y con un nivel de vida tan alto, que les permite disfrutar del confort en estas latitudes. Ahora, los campos están cubiertos de verdor. Luego serán sepultados por el hielo y la noche. Los últimos adelantos de la civilización occidental hincan el diente en este reino de la desolación que florece en verano. En Tromsó abre sus puertas un museo pensado para dar una explicación perfecta de la cultura lapona y de los colonizadores que llegaron hasta aquí. Pero..., ¿los lapones dónde están? Si no se es buen fisonomista se pensará que no existen, que son toda una leyenda. El pueblo nómada del norte, llegado hace miles de años durante las grandes migraciones asiáticas, se ha ido sedentarizando, sobre todo en la costa. Su forma de vida difiere poco de la del resto de los noruegos.

Sin embargo, luchan por conservar su cultura. La Europa de las minorías tiene aquí una de las más apasionantes el mundo. En las escuelas se procura estudiar el lapón, los viejos cantan las letanías ancestrales y las bodas reúnen a parientes lejanos vestidos con sus trajes tradicionales: azul, amarillo y rojo chillón, para brillar entre la nieve. Dicen que son capaces de distinguir hasta nueve tona lidades de blanco y saben los caminospor dónde ir seguros de que nadie va a estar ali.í para pedirles el pasaporte. Se calcula que no sobrepasan las 50.000 personas, dedicadas ala agricultura, a la pesca y a la artesanía. Sólo unos pocos continúan viviendo de los rebaños de anos, su primitiva fuente de riqueza.Los siguen en sus migraciones montados en la «pulka» -trineo de renos, internándose por el desierto de hielo hacia lugares prohibidos para el resto de los mortales. Plantan la «kota», una tienda de pieles con forma cónica, y encienden el fuego. Escuchar a Sting Si algún viajero se encuentra con ellos, escuchará a Sting... mientras se toma un café acompañado de una torta blanda.. El asombro irá en aumento cuando les oigan llamar a los renos por su nombre propio.

Para el visitante el contacto con esta minoría llega a muy poquito más, por desgracia. Los desplazamientos en «pulka», el practicar la pesca y asistir a alguna cena folklórica permite conocerlos algo mejor. En torno a la hoguera se comerá como ellos el tuétano y el jamón de reno, y se tendrá la tentación de comprar varias piezas de su carísima artesanía. A la región más septentrional de Noruega le llaman Finmark, porque son las últimas tierras habitadas, el auténtico fin del mundo que se enfrenta a las aguas del Océano Glaciar Artico. Aquí se es testigo del grandioso espectáculo que forma la naturaleza sin domar. Las montañasde hielo surgen de un agua intensamente azul y en el horizonte una línea blanca de tierra separa el mar del cielo.

El territorio parece vacío. Sin embargo, la ciudad de Alta disfruta de una buena red de carreteras y de un aeropuerto. Podría parecer un milagro de la tecnología si no fuera por los grabados prehistóricos de todos los alrededores. La zona siempre estuvo habitada, aunque los hoteles donde se baila toda la noche son un producto de hace pocos años. Lo mismo sucede con los restaurantes, donde los camareros no dejan la botella de vino encima de la mesa, por mucho que se lo pidan los clientes. Es una consigna para evitar que la gente beba tanto como lo hace. DATOS PRACTICOS Cómo llegar: Existe vuelo regular MadridOsloTromsó AltaKirkenesOsloMadrid. También es posible recorrer la zona en viaje organizado, combinando el avión con el autocar. Los cruceros que van al Mar del Norte se adentran en los fiordos y llegan al Cabo Norte. Otra forma de recorrer el litoral noruego más septentrional es embarcándose en buques como el Hurtigruten, que comunican durante todo el año Bergen con Kirkenes, parando en los puertos lapones más importantes. Las carreteras están en buen estado y existe un turismo desarrollado, con buenos hoteles y campings. Las agencias de viaje locales organizan múltiples opciones deportivas y de aventura. El único inconveniente del viaje por esta zona es su alto precio.

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