El notable Iker Casillas

La Copa dio una tregua a un Madrid coyuntural, que salió de La Romareda en mejores condiciones de las que llegó. Un encuentro bastante absurdo, sin chicha alguna y con muy poco que contar, sitúa al equipo blanco en buena disposición para alcanzar los cuartos de final, aunque el Bernabéu haya dejado de ser una garantía para sus anfitriones.

Salieron los de Del Bosque con el buzo bien ceñido, con el cuello girado hacia su propia portería y el objetivo claro de mantenerse a salvo. El Zaragoza jugó a la medida de un conjunto que pasaba por allí como uno de tantos y se encontró con una noche anodina, propicia para poner de cara la eliminatoria. No es que el equipo «B» diese motivos para la fascinación, pero contó con oficio suficiente en la primera mitad y con un rival corto de concentración y con los humos subidos en la segunda, con un equipo que no ha metabolizado bien el gozoso momento que le toca vivir.

El conjunto de Rojo pretendió siempre más de lo que fue capaz, entregado a un fútbol de pasarela, bastante fraudulento por su escasa productividad. El excesivo celo a la hora de triangular, de buscar a menudo una jugada para la foto, terminó por facilitar el trabajo a la novedosa defensa blanca, ante la que acabaron muriendo las abusivas triangulaciones de Garitano, Milosevic y compañía.

Mientras el Zaragoza se daba importancia, gustándose a sí mismo pero sin entrar de lleno en el partido, el Madrid dejaba en manos de Guti los afanes ofensivos. El centrocampista lanzó guiños a sus incondicionales y a sus críticos: por él pasaron las mejores tentativas para intranquilizar a Juanmi y a él se le debe atribuir la principal responsabilidad de determinados agobios para su portería, con arriesgadas pérdidas de balón en lugares comunes.

En un partido frío, del que se fueron adueñando los locales a medida que los blancos se decidían a refugiarse en su terreno, logró el Madrid lo que pretendía, lo que señalaba al menos una alineación de corte bastante conservador y con jugadores poco habituales. A ello contribuyó bastante un adversario a la baja, falto de imaginación y con Milosevic demasiado lejos del área.

El serbio sabe moverse bien por fuera de la zona de gol, pero no es su cometido iniciar y terminar la jugada, como se vio obligado a hacer de modo permanente. Fue su actuación todo un síntoma de lo que le ocurrió a su equipo, que exhibió una torpeza alarmante ante la portería del notable Iker Casillas. El guardameta del Real Madrid fue lo único notable en un encuentro para el olvido.

Los números empiezan a levantar a un equipo que, sin embargo, no da de sí como para augurar tiempos mejores. La alineación de ayer no es una referencia válida, pero ni siquiera de ella se pueden extraer demasiadas conclusiones positivas.

McManaman y Karembeu abundaron en su progresivo descrédito, en el que tiene algo que ver su entrenador. Sólo el guardameta y el desquicie colectivo del Zaragoza impidieron que a esta hora tuviese que estar apelando a una remontada heroica, de ésas que sucedían en épocas pretéritas, aquéllas en que su estadio era un auténtico seguro de vida.

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